Un espectáculo cultural como pocos que deslumbra por su grandeza y riqueza. Vale la pena vivirlo.

“Por tu bella historia, roja y estupenda,
por tu breve vida de fausto y dolor,
eres, Portobelo, ciudad de leyenda,
ciudad de recuerdos y ciudad del amor”

Dedicado a Portobelo, este poema del panameño Ricardo Miró resalta el valor histórico del pueblo que ha sabido guardar sus tradiciones de origen africano durante siglos, una herencia que se festeja bailando y cantando al ritmo de los tambores que resuenan en la bahía.

Cuna de la cultura congo, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2018, Portobelo celebró en abril la edición número once del Festival de Congos y Diablos, una manifestación folclórica única por su riqueza y colorido que rememora los tiempos de la colonia y atrae a miles de locales y extranjeros. El evento se realiza cada dos años para recordar la lucha entre el blanco opresor y el negro que ha sido esclavizado, un ritual representado por Dios y el diablo, una batalla entre el bien y el mal.

Desde 1998, la Fundación Portobelo y el Grupo Realce Histórico de Portobelo organizan el festival con el respaldo de la Autoridad de Turismo de Panamá, ATP, y el Instituto Nacional de Cultura, INAC. Además de Congos y Diablos, también celebran el Festival de la Pollera Conga. Ambas actividades han sido reconocidas mediante un proyecto de ley, aprobado en primer debate por la Asamblea Nacional en 2018, que garantiza la permanencia y apoyo a la cultura congo en Portobelo.

La designación de la UNESCO y la legislación de la Asamblea imprimieron mayor importancia al Festival de Congos y Diablos y el júbilo se hizo sentir en las calles del pueblo. Para Sandra Eleta, fotógrafa y miembro de la Fundación Portobelo, fue sin duda un gran paso en la lucha por los derechos de la comunidad afrodescendiente. “Es un avance para que sean incluidos en el paisaje racial de este país. Ha sido un grupo muy marginado”, afirma.

Eleta ha sido una figura clave en la historia del Festival de Congos y Diablos. Decidió hacer algo por preservar la tradición luego de que el líder de un grupo de diablos le solicitara su apoyo. “Entonces conversé con varias personas interesadas en resguardar la cultura y fue así como nació. La inquietud vino de los mismos habitantes que se acercaron preocupados por atesorar sus costumbres. El primer festival fue algo muy emocionante, con mucho significado y sentido de pertenencia para todos los que participamos”, recuerda la fotógrafa.

Está sentada en la terraza de su casa en Portobelo, con vista a la bahía, a pocas horas de que comience el festival. El comité organizador lleva a cabo una última reunión de coordinación en la sala para asegurarse de que no se escape ningún detalle.

“Aquí han sobrevivido las tradiciones porque el pueblo se ha mantenido al margen del desarrollo del país, como atrapado en una burbuja. Las carreteras para llegar a esta zona las construyeron mucho tiempo después. Esa cultura única que tenemos es una herencia que vino directamente desde África y se ha conservado desde entonces”, agrega Eleta.

 Mayo, mes de la etnia negra

Chiquillos y adultos rinden cada 30 de mayo un homenaje a la comunidad afrodescendiente por sus aportes al desarrollo de Panamá. Así lo estableció la Ley 9 del 30 de mayo del año 2000. Sin embargo, la fiesta se celebra todo el mes de mayo con una cartelera de eventos que incluye exposiciones, talleres, conciertos y el Festival África en América, en honor a la etnia negra.

La historia de los primeros habitantes africanos que llegaron a Panamá durante la época de la colonización española, parte desde finales del siglo XVI y posteriormente se extiende a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Portobelo fue el principal centro de comercio de esclavos. En aquel entonces, significó un punto estratégico de interés militar, comercial y político entre América y la Corona española. Por allí pasó el oro proveniente de Perú para llegar a España y zarparon barcos llenos de plata, tabaco, chocolate y cuero.

De Europa arribaron galeones con vino, aceite, hierro y madera. Los esclavos también eran parte de la mercancía. Pronto Portobelo llamó la atención de los piratas, así como de otros países admirados por sus riquezas, razón por la cual está rodeada de fortificaciones que sirvieron de protección y, hoy en día, son ruinas muy visitadas por locales y turistas.

Con la construcción del ferrocarril y del Canal de Panamá llegaron trabajadores de origen afroantillano con sus costumbres y tradiciones en la maleta. Los afrocoloniales que lograron escaparse de las plantaciones de los españoles y se refugiaron en comunidades llamadas palenques, también conservaron su cultura y sus manifestaciones más típicas. Son esas raíces de aquí y allá las que han resultado en el mestizaje que caracteriza al panameño.

El baile de congos y diablos

En Portobelo los preparativos comienzan desde temprano. El pueblo se despierta para recibir a turistas y extraños que viajan para ver el baile de congos y diablos, un legado que aún permanece intacto. La plaza central está rodeada de banderines de color rojo y negro, hay puestos de comida colonense y venta de artesanía local en cada esquina.

Una corona de latón dorado con incrustaciones falsas reposa sobre una mesa esperando a su reina conga, cuando la ven los diablos se arrodillan ante ella. Sus máscaras guardan expresiones de terror y reflejan la maldad del blanco que azota y castiga. Llevan en la mano un bastón o un látigo y las pantorrillas cubiertas de cascabeles que suenan cuando danzan.

El atuendo del diablo es tan elaborado que se roba las miradas de todos los espectadores. De la cabeza salen cuernos y del rostro dientes afilados. Un traje puede costar hasta mil dólares y al igual que las máscaras requieren meses para su fabricación. Las zapatillas, cubiertas con la misma tela usualmente roja y negra, también resaltan por sus espejuelos y el plumaje exuberante que sale del talón. “Son plumas de gallo”, explica uno de los diablos. El calzado es sin duda una parte importante de la vestimenta.

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Los grupos de diablos son numerosos, provienen de distintas zonas del país, desde Bocas del Toro hasta la ciudad de Panamá. En el universo mítico de la cultura congo juegan un papel represor, pero son perseguidos y desenmascarados por los congos para “convertirlos” al bien. Protegidos por los ángeles, los congos se alzan, triunfan y se liberan.

Sobre la tarima y bajo el sol de Portobelo se escuchan los tambores del grupo Afrocongo que abren oficialmente el festival. Le sigue la banda Afrodisiaco, cuyas voces femeninas le cantan al pueblo y a la raíz afrodescendiente. Las mujeres visten la tradicional pollera conga, compuesta por dos piezas muy coloridas, usan collares y colocan flores en su cabello.

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Los congos salen a bailar con la cara pintada con carbón en señal de rebeldía, van descalzos, con la ropa al revés, sombrero de estopa y plumas. Muchos adornan su atuendo con accesorios vistosos para llamar aún más la atención. Danzan al son del diablo Tún Tún: “Anoche soñé con un hombre de diente de oro y me quiso llevar”, reza la canción. Los diablos también aparecen para unirse al rito, juntos se zambullen en una persecución que deriva en la caza y el bautizo de los diablos.

La celebración se prolonga hasta la noche y Portobelo protagoniza en un día una de las expresiones culturales más ricas y únicas por su valor histórico. Alrededor de 500 artistas entre congos, diablos y músicos participan en la fiesta. Un espectáculo de fuegos artificiales que ilumina el cielo pone punto final al festejo. Congos y diablos se dan la mano, se fotografían juntos, sonríen y se despiden hasta un próximo encuentro lleno de fervor y alegría.

 

 

fuente: Corina Briceño