Cuando se trata de leyendas urbanas, hay que admitir que somos un tanto masoquistas. Con terror y conociendo las consecuencias al dormir, nos reunimos en círculo en medio de la noche, con el silencio de fondo y el miedo que se asoma, pero, aun así, siempre estamos disponibles para una ronda de cuentos de terror. Y en las entrañas del folclore panameño habitan historias que han puesto la piel de gallina a generaciones enteras, especialmente aquellas que mezclan misterio, tradición y que claro, suceden en el interior del país. Este Halloween, en Quiubo Estéreo, rescatamos esas leyendas en nuestra programación y con especiales para espantarte los nervios.
La Silampa: cuando la venganza mata
Dicen que La Silampa es un ente maligno, un espectro incorpóreo que deambula en sitios desolados sembrando el terror. A veces se muestra como una sombra entre la niebla y otras, como una mujer de belleza inigualable vestida de blanco, capaz de seducir y perder a los hombres que caen en su encanto.
Su leyenda tiene raíces en la provincia de Veraguas, donde el Chorro de La Silampa es conocido como escenario de desgracias y misteriosas apariciones. Se cuenta que su origen se remonta a la época colonial, con una historia marcada por un amor imposible entre un nativo valiente y una joven española. Con el tiempo, la figura de La Silampa se consolidó como una de las leyendas más famosas de Panamá.
La Pavita de Tierra: víctima de un vicio que no pudo soltar
Otra de las narraciones más inquietantes del campo panameño es la de La Pavita de Tierra, donde conocemos a una joven llamada Paula que murió de manera trágica a manos de su propio padre por su obsesión con el tabaco. Su padre, en su desesperación, la amenazó con golpearla si volvía a verla fumando.
Asustada, Pavita dejó de fumar por un tiempo, pero el deseo era demasiado fuerte. Empezó a recoger en secreto las “pavitas” (las colillas de tabaco) durante el día y las ocultaba bajo una piedra cerca del fogón. En las noches, a escondidas, se las fumaba.
Una noche, su padre la sorprendió. Fue tanta su indignación y coraje que, en un acto de furia, la agarró a garrotazos y la mató.
Desde entonces, su espíritu recorre montes y potreros, emitiendo un canto extraño que parece un silbido salido de las entrañas de la tierra.
Cuentan los campesinos que, si alguien levanta una piedra del fogón durante sus lamentos, corre el riesgo de encontrarse con ella… y no vivir para contarlo. Algunos incluso aseguran que su aparición anuncia la muerte, pues donde suena ese silbido persistente, pronto alguien enferma gravemente o fallece.
La Tulivieja: el lamento eterno de una madre
En el folclore panameño, la figura de la Tulivieja ocupa un lugar especial entre los espantos que rondan la noche. En las provincias centrales se le conoce como Tulivieja, mientras que en las comarcas indígenas y en tierras de Los Santos, Veraguas y Chiriquí, adopta el nombre de Tepesa. Ambas encarnan la misma condena: almas atormentadas que aparecen cerca de ríos y quebradas, buscando al hijo que perdieron para siempre.
Cuenta la tradición que la Tulivieja fue, en vida, una joven de gran belleza y fama de parrandera. Amaba las fiestas y nunca se perdía un baile en su pueblo. Sin embargo, tras el nacimiento de su primer hijo, su esposo le prohibió salir y la obligó a dedicarse a cuidar del niño. Pero la tentación fue más fuerte que la obediencia.
Una noche, aprovechando que el marido estaba de viaje, decidió escaparse a un baile con el bebé en brazos. De camino, temiendo que el niño le estorbara, lo dejó bajo un palo de mango a orillas de un río, con la intención de recogerlo al amanecer. Pero esa misma noche una tormenta azotó el lugar y el río arrastró al pequeño. Cuando la joven regresó, lo único que encontró fue el vacío y el eco de sus propios lamentos.
Dios, indignado por su irresponsabilidad, la castigó transformándola en un ser horripilante condenado a vagar por la eternidad. Su rostro se convirtió en un colador lleno de agujeros de donde brotan pelos largos y ásperos, sus manos se tornaron en garras y sus pies se voltearon hacia atrás, como patas de gallina. Desde entonces, se dice que merodea por los ríos gritando, llamando a un hijo que nunca encontrará.
Algunos relatos cuentan que en las noches de luna llena la Tulivieja recupera su antigua forma: una mujer hermosa que se baña en las aguas, resplandeciente como un sol. Sin embargo, basta el más leve ruido para que vuelva a convertirse en el monstruo espantoso que es, condenado a continuar su búsqueda sin fin.
Así, entre el llanto y el espanto, la Tulivieja o Tepesa sigue siendo parte del imaginario popular del interior de Panamá, recordándonos las consecuencias de los errores, las culpas y las condenas eternas.
¿Sentiste algún escalofrío leyendo y reviviendo estas leyendas panameñas? Entre el misterio, la tradición y lo sobrenatural, de seguro conoces a alguien que ha escuchado o cuidado que visto, un ente o experiencia de terror.
Y como aquí primero hablamos de música, Edwin Zeballos nos deja una canción para entonarla (y hasta asustarnos un poco)
En el interior, los cuentos de espantos se entretejen con la música típica como parte de la vida misma. Se cuentan entre risas, bailes y hasta en una tamborera, porque ser panameño es también reírle al miedo y convertirlo en tradición. En Quiubo Estéreo, te compartimos esas historias acompañadas de buena música en nuestro especial de terror y Halloween.