En Panamá no hace falta que sea 31 de octubre para que se nos erice la piel. Aquí los cuentos de miedo se heredan como las hamacas, los apodos y las recetas del sancocho. Octubre y noviembre traen algo más que disfraces: despiertan ese tapiz de creencias, ritos y supersticiones que forman parte de nuestra identidad, mezcla de raíces indígenas, africanas y españolas.
Y sí, mientras en otros países reparten dulces y tallan calabazas, acá dejamos velas encendidas y vasos de agua para las ánimas. Porque uno nunca sabe, ¿verdad?
La Noche de las Ánimas
El 31 de octubre puede ser el día de las brujas, pero el 2 de noviembre es sagrado: el Día de los Difuntos. Esa noche, dicen las abuelas, el velo entre vivos y muertos se vuelve tan delgado como papel de china.
Por eso muchas familias panameñas aún colocan una vela en la ventana y un vaso con agua fresca para las almas sedientas que visitan el hogar. No es miedo: es respeto.
Y al día siguiente, en ciudades como Chitré, Las Tablas o Penonomé, los cementerios se llenan de flores, oraciones y hasta risas. Porque honrar a los que se fueron también es una forma de celebrar la vida.
Rituales que aún sobreviven (por si acaso)
Nuestros abuelos tenían sus técnicas para mantener la buena energía cerca y las ánimas traviesas lejos:
- Rociar agua bendita en las cuatro esquinas de la casa el 31 de octubre, como quien instala un antivirus espiritual.
- Colgar ruda detrás de las puertas o cargar un ajo en el bolsillo, infalible para espantar “malas vibras” y algún que otro mal de ojo.
- No barrer de noche, porque podrías “barrer” la suerte o molestar a las visitas del más allá.
- Mal de Ojo, es una creencia extendida sobre el daño que puede causar la mirada envidiosa de una persona, especialmente a los niños.
- Lanzar Sal, existe la superstición de que echarse sal por encima del hombro izquierdo aleja a los malos espíritus y la mala suerte, y se basa en la idea de que esta práctica previene el mal de ojo.
Y sí, todavía hay quienes hacen todo esto “por si acaso”, porque en Panamá nadie se considera supersticioso… pero todos obedecen a la abuela.
Animales que anuncian lo que no se ve
Los animales siempre han sido mensajeros del más allá:
- Si una lechuza canta cerca de tu casa, más de uno se santigua: dicen que avisa una muerte cercana.
- Si los perros aúllan mirando al cielo, se cree que ven lo que nosotros no podemos.
Por algo será por lo que, cuando eso pasa en la madrugada, muchos encienden todas las luces “solo para estar seguros”.
De ruda, oraciones y rezos
En Coclé y Veraguas, las oraciones siguen siendo amuletos. Antes de viajar, se reza a San Miguel para que espante al diablo del camino. Y durante estos días, algunos prenden velas benditas frente a la casa para que las almas no se queden a dormir.
En Herrera y Los Santos, el 31 de octubre se estila bañarse con flores blancas para limpiar las energías. Nada de escobas de noche ni de discusiones ese día: el alma del hogar necesita paz.
De brujas, bolas de fuego y apariciones
No se puede hablar de octubre sin mencionar a las brujas. En el interior dicen que, en noches sin luna, se ven bolas de fuego cruzando el cielo: son las brujas volando a sus reuniones.
Y en Chiriquí, muchos aseguran haber visto al Caballo sin cabeza en los caminos de Boquete o al Duende del río Caldera, que se lleva a los niños traviesos.
Por Azuero ronda La Silampa, esa mujer de fuego que castiga a los infieles. En Colón, la famosa Mona se transforma en animal para asustar a los mujeriegos. Y en la capital, hasta los guardias nocturnos tienen sus cuentos de ascensores que se mueven solos y puertas que se cierran sin viento.
El sincretismo que vive entre rezos y tambor
En las comunidades afrodescendientes, especialmente en Colón y Darién, los “velorios” no solo son luto: son celebraciones que duran hasta nueve noches, con cantos, rezos y relatos que mantienen viva la memoria del difunto.
Durante octubre y noviembre, también se realizan baños de hierbas espirituales para limpiar el cuerpo y el alma. Es la sabiduría ancestral africana mezclada con la devoción católica: puro Panamá.
Entre tantas historias, una cosa está clara: el panameño no le teme al miedo, le tiene respeto.
Decimos “yo no creo en eso”, pero igual echamos agua bendita, rezamos tres veces o ponemos una cruz en la puerta. Porque la fe y la superstición caminan de la mano en nuestro país.
Así que este octubre, antes de disfrazarte o encender una vela, recuerda: en Panamá los fantasmas no esperan fechas especiales… ellos hacen turno desde siempre.